Un yo impersonal, eso es lo que mostraba, lo que se dejaba ver tras aquella silueta. En ocasiones y mezclada con la proyección de las ramas tomaba una forma grotesca, en la que no era fácil determinar quien era mi interlocutor. Pasados unos minutos por el cambio constante que marcaba el sol al moverse se transformaba en una figura amable.
Desde luego, cualquiera, al ver sobre el suelo de arena moverse los labios en aquella cara plana se habría sentido tentado a girar la cabeza en la dirección de la luz para buscar al bromista que jugaba con nosotros. Y efectivamente yo lo hice en al menos un par de ocasiones, pero allí, e incluso hasta cierta distancia no había nadie. Desde luego nadie que prestara la menor atención a aquella peculiar conversación. Algún chiquillo pasaba correteando a algunos metros tras mi espalda con su madre siguiendo sus pasos vigilándole. De repente, como si el hecho de contemplar aquella mancha humanoide en el suelo fuera obligado para mantener la magia, notaba que el susurro de su voz se extinguía y permanecía ausente, hasta que, aún con suspicacias justificadas pero convencido de que nadie más había, encaraba de nuevo a aquel suelo negro que parecia observarme con curiosidad entre tanto. No sé si aquellos silencios eran por respeto a mis naturales miedos o acaso a la necesidad imperiosa de mi total atención. En cualquier caso nunca pareció ofenderse con aquello. Todo lo contrario, tras el silencio parecía más animado y alegre, sus palabras se hacían más rapidas e incluso más ágiles en las ideas.
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Desde luego, cualquiera, al ver sobre el suelo de arena moverse los labios en aquella cara plana se habría sentido tentado a girar la cabeza en la dirección de la luz para buscar al bromista que jugaba con nosotros. Y efectivamente yo lo hice en al menos un par de ocasiones, pero allí, e incluso hasta cierta distancia no había nadie. Desde luego nadie que prestara la menor atención a aquella peculiar conversación. Algún chiquillo pasaba correteando a algunos metros tras mi espalda con su madre siguiendo sus pasos vigilándole. De repente, como si el hecho de contemplar aquella mancha humanoide en el suelo fuera obligado para mantener la magia, notaba que el susurro de su voz se extinguía y permanecía ausente, hasta que, aún con suspicacias justificadas pero convencido de que nadie más había, encaraba de nuevo a aquel suelo negro que parecia observarme con curiosidad entre tanto. No sé si aquellos silencios eran por respeto a mis naturales miedos o acaso a la necesidad imperiosa de mi total atención. En cualquier caso nunca pareció ofenderse con aquello. Todo lo contrario, tras el silencio parecía más animado y alegre, sus palabras se hacían más rapidas e incluso más ágiles en las ideas.
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Recuerdo cierta ocasión, dijo de repente, siendo yo aún joven, en que me asaltó la absurda idea de ser distinto de cuanto había a mi alrededor. Ya sabe usted como es la juventud, siempre impetuosa y disparatada. Pues bien en aquel momento no me pareció tan loca la idea sino más bien original y atractiva. Seducido de esta forma por la inconsciencia comencé a hablar de forma diferente, a vestirme de forma diferente a gestualizar de maneras para mí nuevas e incluso con tiempo y disciplina a pensar de formas distintas a las que había conocido.
Supongo que esto es una enfermedad común en los jóvenes, puesto que al cabo de no mucho tiempo me di cuenta de que todos los de mi entorno, en realidad, vestían de la misma forma estrafalaria que yo, y que a la sazón anunciaban todas las grandes tiendas, mis actitudes y gestos eran copiados unos de otros y en algún punto, ya sea como origen o como fin, por algún famosete de la televisión al que todos nos quedábamos enganchados como bobos. El habla era vacía, palabras encadenadas que decían poco o nada, y que lo único que tenian era un grupo de gente en común. El pensamiento inocente e idealista era digerido, tergiversado, corrompido y vendido después como ideas salvadoras que todos aceptábamos sin mas.
En fin, al querer ser diferentes nos habíamos convertido en un grupo homogéneo de diferencias comunes.
1 comentario:
Lo ves Alberto... si es que me abrumas...
No, en serio, me sorprende gratamente tu forma de escribir, si es que eres un nihilista total!!
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