A la vista de las noticias de los medios de comunicación resultan llamativos y ciertamente preocupantes los bandazos dados por la iglesia católica. Partiendo de defender una serie de valores, a los que tienen todo el derecho, y pretendiendo defenderlos, atacan a otros valores igualmente respetables o incluso, cosa que ya es grave, a los mismos cuando se enfocan desde otro punto de vista distinto a un tradicionalismo propio del medievo.
Al respecto de esta colisión entre la jerarquía eclesiástica y el estado moderno hay que recordar que las obligaciones del estado no son para con los cristianos sino con respecto a los ciudadanos, puesto que esta es la unidad en la que se basa, y que estos provienen de una amplia gama de orígenes y creencias.
Por ser la ciudadanía la base en la que se fundamentan las estructuras políticas actuales, estas no pueden tomar decisiones ni reglamentar en base al enfoque de unas creencias y con mayor razón cuando en muchos casos estas entran en conflicto con otras de igual rango. Una vez se descarta una u otra fé como valor único del estado hay que encontrar aquellos derechos que son básicos para todos los ciudadanos, siendo los creyentes de una religión u otra, de una filosofía u otra etc. un mero subconjunto dentro de el global de la ciudadanía.
El estado cuando gobierna o legisla debe en cualquier caso hacerlo para la totalidad y respetando a todas las ideologías que lo componen, pero también garantizando el respeto entre ellas.
Cuando no se considera la multiplicidad de creencias en un estado y se pretende que toda la ciudadanía sea ceñida por la ideología de un subconjunto de ese total, entramos en toda clase de totalitarismos convirtiéndose los dirigentes de esa ideología de manera automática, y ya sea realmente o de facto, en los dirigentes políticos y por lo tanto en los gobernantes del estado.
Al contrario de lo que se ha llegado a plantear no es el laicismo radical dentro del estado el que "desembocó en el siglo XX en las formas totalitarias del comunismo soviético y del nacional-socialismo" sino mas bien el hecho de olvidar que el estado por ser su fundamentación distinta de las religiones e ideologías no debe suprimirlas sino aglutinarlas y garantizar el respeto hacia ellas y entre ellas en la medida que éstas respetan unos valores básicos humanos. Las formas totalitarias nacen de la expulsión por parte del estado del respeto a la multiplicidad de ideas y creencias.
Las religiones no pueden pretender regir mas que a sus propios fieles en la medida en la que esto no vaya en colisión con el resto del estado, mientras que el estado debe regir sobre la ciudadanía y considerando que en esta hay gran número de personas que no siendo fieles de una u otra religión deben tener una normativa clara a la que poder atenerse, pero que a la vez refleje todos sus derechos y le permita ser libre y responsable en sus actos.
Cuando son las religiones las que marcan las pautas del estados caemos en un totalitarismo religioso de los que la historia nos da sobradas muestras así como de sus desastrosos resultados a todos los niveles, ya sea en prosperidad ya sea en conocimiento o en libertades.
Exista o no Dios, sea o no una fe verdadera, sean o no unos señores sus representantes, hay una cosa que es inapelable y es el derecho de cada individuo a equivocarse, por supuesto esto lleva asociado la responsabilidad del error y las consecuencias que de él se devenga. Pero de la misma forma sólo quien es injuriado puede reclamar esta responsabilidad y no miembro alguno de ninguna organización religiosa ideológica o de otra índole. Cuando esta injuria afecta a los derechos de algún individuo, es el estado como defensor y guardián de estos el que se encuentra en la obligación de reclamar o incluso prevenir el hecho. Los actos que nos son ajenos no pueden ofender y no nos dan derecho a intervenir ya sea como particulares o como un colectivo.
Al ser las religiones y las ideologías particulares ajenas al estado ,este no puede ni debe velar por el cumplimiento de las pautas dichos colectivos del mismo modo esos colectivos no pueden ni deben plantear en forma alguna que el estado extienda a todos los colectivos las pautas que le son propias. Esto se cumple tanto en la formación del individuo, en la organización y estructuración social o el cumplimiento de sus propios usos. De no ser así nos encontraríamos con situaciones tales como la prohibición por parte del estado de las transfusiones sanguíneas, prohibición de trasplantes, impedir la patria potestad ajena al matrimonio, la abolición de la propiedad privada o la persecución y supresión de todas las formas religiosas, por referir algunos usos y creencias propios de algunos colectivos.
No es misión de los estados fomentar el ateísmo o religión alguna y si el preservar los derechos de sus ciudadanos como la propiedad o la salud, respetando de igual forma que un ciudadano consciente y responsable sea ateo, profese una religión, rechace tener posesiones o rechace recibir transfusiones.
Por supuesto esto tan sólo es la opinión de un ciudadano que repudia la asociación de ideas entre laicismo y totalitarismo, que se siente ofendido por ello y que considera más bien que el estado laico moderno es una garantía frente a dichos totalitarismos.
Al respecto de esta colisión entre la jerarquía eclesiástica y el estado moderno hay que recordar que las obligaciones del estado no son para con los cristianos sino con respecto a los ciudadanos, puesto que esta es la unidad en la que se basa, y que estos provienen de una amplia gama de orígenes y creencias.
Por ser la ciudadanía la base en la que se fundamentan las estructuras políticas actuales, estas no pueden tomar decisiones ni reglamentar en base al enfoque de unas creencias y con mayor razón cuando en muchos casos estas entran en conflicto con otras de igual rango. Una vez se descarta una u otra fé como valor único del estado hay que encontrar aquellos derechos que son básicos para todos los ciudadanos, siendo los creyentes de una religión u otra, de una filosofía u otra etc. un mero subconjunto dentro de el global de la ciudadanía.
El estado cuando gobierna o legisla debe en cualquier caso hacerlo para la totalidad y respetando a todas las ideologías que lo componen, pero también garantizando el respeto entre ellas.
Cuando no se considera la multiplicidad de creencias en un estado y se pretende que toda la ciudadanía sea ceñida por la ideología de un subconjunto de ese total, entramos en toda clase de totalitarismos convirtiéndose los dirigentes de esa ideología de manera automática, y ya sea realmente o de facto, en los dirigentes políticos y por lo tanto en los gobernantes del estado.
Al contrario de lo que se ha llegado a plantear no es el laicismo radical dentro del estado el que "desembocó en el siglo XX en las formas totalitarias del comunismo soviético y del nacional-socialismo" sino mas bien el hecho de olvidar que el estado por ser su fundamentación distinta de las religiones e ideologías no debe suprimirlas sino aglutinarlas y garantizar el respeto hacia ellas y entre ellas en la medida que éstas respetan unos valores básicos humanos. Las formas totalitarias nacen de la expulsión por parte del estado del respeto a la multiplicidad de ideas y creencias.
Las religiones no pueden pretender regir mas que a sus propios fieles en la medida en la que esto no vaya en colisión con el resto del estado, mientras que el estado debe regir sobre la ciudadanía y considerando que en esta hay gran número de personas que no siendo fieles de una u otra religión deben tener una normativa clara a la que poder atenerse, pero que a la vez refleje todos sus derechos y le permita ser libre y responsable en sus actos.
Cuando son las religiones las que marcan las pautas del estados caemos en un totalitarismo religioso de los que la historia nos da sobradas muestras así como de sus desastrosos resultados a todos los niveles, ya sea en prosperidad ya sea en conocimiento o en libertades.
Exista o no Dios, sea o no una fe verdadera, sean o no unos señores sus representantes, hay una cosa que es inapelable y es el derecho de cada individuo a equivocarse, por supuesto esto lleva asociado la responsabilidad del error y las consecuencias que de él se devenga. Pero de la misma forma sólo quien es injuriado puede reclamar esta responsabilidad y no miembro alguno de ninguna organización religiosa ideológica o de otra índole. Cuando esta injuria afecta a los derechos de algún individuo, es el estado como defensor y guardián de estos el que se encuentra en la obligación de reclamar o incluso prevenir el hecho. Los actos que nos son ajenos no pueden ofender y no nos dan derecho a intervenir ya sea como particulares o como un colectivo.
Al ser las religiones y las ideologías particulares ajenas al estado ,este no puede ni debe velar por el cumplimiento de las pautas dichos colectivos del mismo modo esos colectivos no pueden ni deben plantear en forma alguna que el estado extienda a todos los colectivos las pautas que le son propias. Esto se cumple tanto en la formación del individuo, en la organización y estructuración social o el cumplimiento de sus propios usos. De no ser así nos encontraríamos con situaciones tales como la prohibición por parte del estado de las transfusiones sanguíneas, prohibición de trasplantes, impedir la patria potestad ajena al matrimonio, la abolición de la propiedad privada o la persecución y supresión de todas las formas religiosas, por referir algunos usos y creencias propios de algunos colectivos.
No es misión de los estados fomentar el ateísmo o religión alguna y si el preservar los derechos de sus ciudadanos como la propiedad o la salud, respetando de igual forma que un ciudadano consciente y responsable sea ateo, profese una religión, rechace tener posesiones o rechace recibir transfusiones.
Por supuesto esto tan sólo es la opinión de un ciudadano que repudia la asociación de ideas entre laicismo y totalitarismo, que se siente ofendido por ello y que considera más bien que el estado laico moderno es una garantía frente a dichos totalitarismos.
1 comentario:
Simplemente amén. Maestre.
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