Llueve, la luz difusa de los fluorescentes, la humedad del ambiente, la calefacción a veinte grados y los ojos apagados hacen del ambiente una escena mortecina, aquí y allá suenan teléfonos y se cruzan conversaciones rápidas.
Todo está lejos, resuena muy lejos: el zumbido sordo de los ordenadores, el pulsar de teclas... , es la ventana la que en realidad está cerca; la ventana y la lluvia. A pesar del murmullo de fondo su sonido al caer es nítido, acuna como sólo el agua sabe hacerlo, ralla la imagen tras la ventana, salpica las fachadas de un color oscuro y corretea huyendo por la calle.
Absorto en lo de fuera ya no eres alguien que la contempla desde su refugio de bullicio y luces difusas, sino más bien cristal. La acera y y las gotas que caen para ser río, río que es mar, mar que es infinito.
Al otro lado de la calle alguien ha dejado una persiana cerrada. Quién sabe si fue porque se marchó en un día soleado para no retornar o si huyendo de la melancolía cerró la vista del mundo y de lo que no será. Allí lo translúcido refleja la calle y muestra la imagen de un carrito de niño, y tras de él la cintura de una mujer. Una figura fugaz, casi espectral, suspendida sobre la primera planta de una fachada, por más que el sonido de ruedas y pasos nazcan justo bajo tus ojos.
Quizás ella conociese a quien habitara tras de aquel improvisado espejo, quizás fuera ella misma, quizás... pero lo que si es seguro es que llueve y una mujer con un carrito camina calle abajo.
Todo está lejos, resuena muy lejos: el zumbido sordo de los ordenadores, el pulsar de teclas... , es la ventana la que en realidad está cerca; la ventana y la lluvia. A pesar del murmullo de fondo su sonido al caer es nítido, acuna como sólo el agua sabe hacerlo, ralla la imagen tras la ventana, salpica las fachadas de un color oscuro y corretea huyendo por la calle.
Absorto en lo de fuera ya no eres alguien que la contempla desde su refugio de bullicio y luces difusas, sino más bien cristal. La acera y y las gotas que caen para ser río, río que es mar, mar que es infinito.
Al otro lado de la calle alguien ha dejado una persiana cerrada. Quién sabe si fue porque se marchó en un día soleado para no retornar o si huyendo de la melancolía cerró la vista del mundo y de lo que no será. Allí lo translúcido refleja la calle y muestra la imagen de un carrito de niño, y tras de él la cintura de una mujer. Una figura fugaz, casi espectral, suspendida sobre la primera planta de una fachada, por más que el sonido de ruedas y pasos nazcan justo bajo tus ojos.
Quizás ella conociese a quien habitara tras de aquel improvisado espejo, quizás fuera ella misma, quizás... pero lo que si es seguro es que llueve y una mujer con un carrito camina calle abajo.
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