Ocurre que en ocasiones nos atenaza este sentimiento mientras que en otras resulta balsámico. Tan pronto nos causa un intenso dolor como nos lleva a un estado de profunda paz, tan pronto nos rodea como nos abre un camino que nos transporta lejos de todo.
Ocurre que en el constante ser y sentir por y para otros llegue uno a perderse entre gentes vicisitudes y miedos. Rodeados de éstos, acorralado de lo otro, veas la carencia de ti porque es uno mismo el que falta, eres tú quien no está frente al espejo que miras y quien huye en la noche para no dormir en tu cama.
Te apartas de todo y todos buscando reconocerte, verte y decir "¡Aquí estoy, soy yo!" y al no encontrarte continúas por el tortuoso camino de la soledad y el silencio. Sólo casi al final, aunados el corazón y la mente en el esfuerzo, te ves, te reconoces y sabes que eres tú, que has estado allí todo el tiempo pegado a tus pasos como una sombra. Es ya aquí, en tu destino, donde ves a todas las mismas gentes, las mismas vicisitudes y los mismos miedos, pero ahora son distintos y eres tú quien los enfrentas y no otro.
En ocasiones, en estas soledades, ocurre también que sostienes una mano, entrelazada a la tuya, acaricias un brazo o rozas apenas, con ternura, una mejilla. Estos simples hechos nos llenan de una serena alegría. ¡Ay! cuando es correspondido, entonces, en ese preciso momento la serena alegría es plena. Es entonces cuando la felicidad tuya, porque siempre es en segunda persona, alcanza a uno y lo llena a la vez que te exige mas y mas. Serenamente, sin ruidos ni estridencias, sin más excitación que la que provoca y nace del vibrar de la propia alma.
Ocurre que en el constante ser y sentir por y para otros llegue uno a perderse entre gentes vicisitudes y miedos. Rodeados de éstos, acorralado de lo otro, veas la carencia de ti porque es uno mismo el que falta, eres tú quien no está frente al espejo que miras y quien huye en la noche para no dormir en tu cama.
Te apartas de todo y todos buscando reconocerte, verte y decir "¡Aquí estoy, soy yo!" y al no encontrarte continúas por el tortuoso camino de la soledad y el silencio. Sólo casi al final, aunados el corazón y la mente en el esfuerzo, te ves, te reconoces y sabes que eres tú, que has estado allí todo el tiempo pegado a tus pasos como una sombra. Es ya aquí, en tu destino, donde ves a todas las mismas gentes, las mismas vicisitudes y los mismos miedos, pero ahora son distintos y eres tú quien los enfrentas y no otro.
En ocasiones, en estas soledades, ocurre también que sostienes una mano, entrelazada a la tuya, acaricias un brazo o rozas apenas, con ternura, una mejilla. Estos simples hechos nos llenan de una serena alegría. ¡Ay! cuando es correspondido, entonces, en ese preciso momento la serena alegría es plena. Es entonces cuando la felicidad tuya, porque siempre es en segunda persona, alcanza a uno y lo llena a la vez que te exige mas y mas. Serenamente, sin ruidos ni estridencias, sin más excitación que la que provoca y nace del vibrar de la propia alma.
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